Escribo desde una mesa sucia y raspada de uno de los cafés sacacuartos del aeropuerto de Barcelona. Son las tres y poco de la mañana y me toca esperar -despierto, dormido- hasta las ocho cero cinco, que es cuando empieza el embarque de mi vuelo a Lanzarote. He salido del hostal a las 9'45h lo que quiere decir que llevo... Entorno a dieciocho horas dando vueltas por la ciudad condal y me quedan otras cinco. Para cuando me suba al avión llevaré casi un día completo despierto y descolocado.
Hablemos ahora de viajar, hablemos de promoción.
Publicar Última parada: la casa de muñecas y no salir a promocionarla hubiera sido no sólo inútil sino estúpido, como el que hace un disco y no sale de gira, como si esperara que la gente fuera a ir a las tiendas en masa a buscarlo. Puede pasar, claro, pero cuando eres lechón desconocido y novato no pasa.
De modo que desde mitad de mayo Matt y yo hemos pisado Sevilla, Tenerife, Bilbao, Madrid, Las Palmas, Gijón, Barcelona... Y digo pisado, porque no ha habido tiempo de hacer mucho más que llegar, presentar, perderme (cómo no) y volver a casa. ¿Ha merecido la pena?
Yo confío en Última parada: la casa de muñecas, creo en ella, y el motivo único de tanto viaje (y creedme, estoy destrozado) es mostrarla y compartirla con el público. A veces funciona y la gente que la lee te hace llegar sus comentarios, a veces un escritor más popular que uno la pilla y comenta que la disfruta, eso me anima a seguir. Pero por l general la respuesta no llega, ni en comentarios ni en ventas, sólo en kilómetros, camas duras, baños compartidos y mucha hambre.
Y sin embargo aquí, me voy en dos días al Celsius 232 y preparo con ansia las presentaciones venideras, si hubiera. Porque confío en Última parada: la casa de muñecas y sé que si hago el esfuerzo de llevárosla, os gustará.
Dadle una oportunidad.
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