Tengo la suerte de disfrutar de uno de los mejores trabajos que puede existir. Sí, lo digo y lo dejo escrito porque las palabras habladas se las lleva el viento y todo el que me conozca sabe de sobra que podría negar una y mil veces mi siguiente afirmación: adoro mi trabajo.
Soy maestro, que no profesor. No doy clase a adolescentes hormonados, imprevisibles y en perpetuo estado de rebeldía. No, trabajo con pequeñajos, enanos de primaria, de esos repelentes, imprevisibles, insoportables y divertidísimos. Vamos, de esos que te comerías dos para desayunar y te llevarías al resto para casa como combustible para barbacoa.
Sí, soy profesor de primaria y pasado mañana empiezo el curso. Y me cuesta tanto admitir que me muero de ganas de jugar, hacer cosquillas, trastear y molestar a esas personas en miniatura que lo tengo que escribir para creérmelo.
Aún no sé qué tutoría tendré este curso, pero tengo la suerte de llevarme genial con todos los peques del cole, de conocer a muchos de ellos y de vivir en su misma ciudad, de manera que seguramente podré disfrutar de la mayoría de ellos aunque no les dé clase.
Un curso más, quién iba a decírmelo, a mí precisamente.
Sólo pido a los compañeros nuevos que lleguen este curso al cole, que si ven a un niño grande haciendo el ganso con los demás alumnos no le castiguen, ¡que soy profe!
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