La brisa ondeaba su pelo y los
pliegues de su falda. Cada tarde, Yaiza se sentaba en el muro del
paseo marítimo de Playa Blanca, allí donde las olas rompen al paso
de los ferris, para contemplar el deambular de la espuma y las
siluetas en el horizonte. Sus pies colgaban, juguetones sobre el mar,
mientras un atardecer tras otro los vecinos y turistas sonreían al
encontrarla tan concentrada en su observatorio.
Aquel día, un niño se acercó a
Yaiza y se colocó a su lado intentando averiguar qué buscaba. Ella
le miró divertida, y aguzó todavía más la vista. El chiquillo se
aburrió pronto de ver las olas correr de un lado a otro entre
salpicones de espuma.
— ¿Qué haces sentada aquí,
todas las tardes? —le preguntó. Ella le contestó que simplemente
esperaba— ¿A quién? No veo que llegue nadie.
La niña sonrió, y su mirada se
llenó de emoción.
—Llegarán. Espero al marino
Simbad, del que habló Scheherazade, pero quizá llegue primero el
capitán Aubrey, pues no hay buque más hábil y rápido que la
Sophie.
El niño encogió los hombros.
—No tengo ni idea de quiénes me
hablas.
— ¿Ah, no? Pues ya es raro. Mira,
fíjate bien. Si ves llegar un navío veloz con rumbo al oeste puede
ser el Pilgrim,
comandado por un capitán de sólo quince años. Aunque si vemos que
lleven tapados los oídos y a su líder atado al mástil, sin duda
será la embarcación de Ulises, que por fin regresa a Ítaca. Claro,
que si por contra distinguimos una aleta metálica, espigada y
oscura, que asome entre las olas cortando el mar, sólo podrá ser el
Nautilus
del capitán Nemo. ¡Está recorriendo un largo viaje submarino!
El chico resopló.
—Vaya, y yo que pensé que te
sentabas aquí por si veías ballenas.
— ¡Y tanto! Antes o después
pasará la que lleva en su vientre a Pinocho, o peor aún, no te
asustes, la gran ballena blanca perseguida por Ahab.
—La verdad, yo no creo que toda
esa gente venga a visitar Lanzarote.
—Claro que
sí, el mar está lleno de viajeros, de todas las épocas y
condición. También tengo la esperanza de que llegue Gordon Pym, que
se perdió de camino al Polo Sur y no se ha vuelto a saber de él. Al
igual que Gulliver, de quien cuentan que llegó a un país
maravilloso. ¿Y sabes tú qué puede haberle sucedido al inglés
Crusoe?
El muchacho
negó con la cabeza.
—No sabía
que contemplar el mar pudiera ser tan interesante.
—Uy, claro
que lo es. Estoy atenta, también, por sí veo aparecer un velero de
tres mástiles y bandera pirata en su palo mayor. ¡Podría ser John
Silver o el mismísimo Garfio! ¿Por qué no Celeste Heredia, la
intrépida capitana de La
Dama de Plata?
—Madre mía.
¿Y conoces tú a toda esa gente?
—Claro que
sí, he leído sobre todos ellos en un sinfín de novelas. Pero el
mar no sólo está lleno de aventuras, también hay seres submarinos,
como los tritones o el temible kraken, y hasta una ciudad sumergida y
olvidada.
El muchacho
dejó a Yaiza divagando sus ensoñaciones. Caía la noche, y pocos se
fijaron en cómo, de repente, el halo satinado de la luna iluminaba
el vestido de la niña, hacía brillar su cabello y alumbraba su
sonrisa. El mar se alió con ella y destellos de sal titilaron sobre
sus rodillas, desdibujaron sus piernas y las unieron en una esbelta
cola de escamas color turquesa. Y la pequeña Yaiza, ahora sirena,
saltó desde el paseo marítimo de Playa Blanca y se zambulló en el
océano para perseguir sus sueños de tinta y sal.
'Sueños de tinta y sal' es mi pequeña contribución a la Feria del Libro de Playa Blanca. Puedes encontrarlo en la revista Yaiza te informa.
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