Partamos de que ninguna novela nace de la noche a la mañana, es obvio. Pero en el caso deCaminarán sobre la tierra debo reconocer que su proceso de crecimiento y maduración ha resultado especialmente intenso, edificante y curioso.
Más que una novela de terror zombi dentro de los cánones habituales, Caminarán sobre la tierra encaja casi mejor dentro del género de aventuras. Se trata una trama de investigación histórica y especialmente documentada que deriva en un cuento de terror con muertos vivientes. Y es que ciertamente, así es como fue concebida.
La idea nació hace casi una década, cuando en un artículo de El País Semanal el escritor e investigador Juan Eslava Galán me descubrió la cara más oscura del Almirante Cristóbal Colón. Aquel artículo hablaba de las muchas sombras que envolvían su figura y de cómo, incluso después de su muerte, el afamado navegante mantenía alimentado el misterio. Pues resulta que pasados cinco siglos todavía no sabemos a ciencia cierta dónde están custodiadas sus verdaderas reliquias, probablemente entremezcladas con las de sus hijos y sobrinos. Se pelean por ellas Sevilla, La Habana y Santo Domingo, pero ninguna se decide de hecho a efectuar la prueba del ADN por miedo, quizá, a perder en la apuesta.
Aquel sencillo artículo me picó la curiosidad de alguna manera, así que lo archivé. Sin embargo, viviendo en Canarias, lugar visitado por Colón y en el que residió durante un tiempo, y además recodo obligado en el comercio con el Nuevo Mundo, las posibilidades eran muchas y la curiosidad demasiado grande. De modo que comencé una novela titulada “Tras las huellas del Almirante”, en la que un antiheroico profesor de Historia de Las Palmas seguía el rastro de las reliquias al hilo del descubrimiento de un pecio del XVII hundido ante las costas de Gran Canaria. Estudié para ello la biografía de Cristóbal Colón, analicé sus últimos años y los diferentes caminos que habían seguido sus restos y los de sus familiares directos. Investigué la geografía e historia de la República Dominicana, el comercio y los peligros del Atlántico y del Caribe en los siglos de la piratería, y visité archivos, templos y basílicas jesuitas por toda Gran Canaria. Fue el trabajo de investigación más efusivo y enriquecedor que nunca hubiera llevado acabo hasta entonces para documentar una novela, y sin embargo no me llevó a ningún sitio. Pensé que mi novela de aventuras arqueológicas tras la pista de Colón carecía de interés. Mi profesor terminaría encontrando de algún modo las reliquias y el lector se preguntaría si para semejante camino hacían falta esas alforjas.
La aparqué, y mucho después, casi diez años, la posibilidad de entregar a Dolmen una novela zombífica me llevó de vuelta a aquel olvidado manuscrito. El Caribe en los siglos XVI y XVII, la piratería, el vudú haitiano, las herméticas actividades de la Orden Jesuita en Canarias poco antes de ser expulsados de España y, por encima de todo, la más que sombría figura de Colón, se unieron de pronto en un papel emborronado con mil anotaciones.
Repetí y amplié durante meses los pasos de mi investigación previa, recuperando datos biográficos del Almirante y, para mi sorpresa, descubriendo muchos otros todavía más ocultos y casi inverosímiles, de la mano de autores como Javier Sierra o Juan Eslava, que quedan reflejados y mencionados en la novela. ¿Colón templario? ¿Colón ocultista? ¿El Almirante relacionado con los Iluminati? ¿Hubo un protodescubridor? Mi pantalla y mi bloc de notas ardían, no podía creer todo lo que había detrás de una primera capa de secretos más o menos conocidos. Nuevas preguntas aparecían tras cada respuesta mientras ahondaba en un misterio casi inagotable. Conspiraciones masónicas, tesoros del Temple, papas y reyes implicados, todo alrededor de una figura tan enigmática como desconocida.
Así, con toda esta información, mi novela zombi tomaba forma. La búsqueda de las reliquias del Almirante adquiría de pronto un interés inusitado y ya podía plantearme una trama que picara la curiosidad del lector: le contaría con encanto todo lo que había descubierto y le haría querer saber más sobre ellas. Todo está ahí para quien lo quiera buscar.
En cuanto a los muertos vivientes, mi intención no era escribir sobre virus zombificantes como es lo habitual, y de repente el ritual vudú que necesitaba para abrir las tumbas, al más puro estilo de George A. Romero, se hacía lógico y creíble. En la propia figura de Colón tenía razones de sobra para que alguien quisiera buscarlo, para que luchara por sus restos, escapara con ellos sobreviviendo a un abordaje pirata y recalara en la segura isla grancanaria. Tenía, además, el motivo por el que, ya hoy en día, arqueólogos, coleccionistas e historiadores de dos continentes removerían cielo y tierra para encontrarlo.
Tuve que multiplicar por dos mi investigación inicial, sí, pero nunca he aprendido tanto, nunca he descubierto tanto, y puedo decir que sólo por descubrir esa cara tenebrosa y oculta de algunos de los personajes más relevantes del Medievo ha merecido la pena poner los cementerios de Gran Canaria patas arriba. Me dicen que esa primera parte de investigación histórica es lo mejor de la novela. Yo afirmaría, sin duda, que es lo mejor y lo más satisfactorio que haya escrito nunca.
Si te gusta la historia medieval, si te apasionan sus misterios, si adoras la novela de aventuras, quizá Caminarán sobre la tierra tenga algo que decirte.
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