domingo, 3 de noviembre de 2019

¿Y tú qué escribes? La insoportable levedad de las dichosas etiquetas.



Me preguntan si escribo novela negra o terror.

A mí me gusta contar historias, no necesito etiquetas para aclarar mi postura a la gente de Wikipedia o para figurar en los artículos de periodistas especializados en uno u otro género, que sistemáticamente me excluyen de sus listas, quizá por desconocimiento de las características de mis trabajos.

En todas mis novelas, sean adultas o infantiles, hay al menos un crimen. No siempre es crimen de sangre, pero sí que hay un misterio por resolver. Póngame usted 'autor de crimen', aunque suene fatal para el currículo de un tipo de bien.

Haciendo un recorrido frío y simplificando mucho las tramas de algunos de mis trabajos, debo decir que Laberinto o Caminarán sobre la tierra sí que fueron novelas que buscaban causar miedo, nacieron con ese fin, y de hecho fue después de esta última, mi primera y hasta la fecha única novela zombi, cuando empezaron a acompañar mi nombre con el apellido 'terror'. Antes, suspense era suficiente.

Si pretendiera situarme en esa casilla, desde luego Himeko y el resto de cuentos lúgubres sí cumplen los requisitos, ya que es en el relato breve donde me dejo llevar más por el gusanillo del terror.

La saga de Allister Z o El Armario de los Monstruos son novelas de misterio para chiquillos, incluso Los Ojos de Dios busca implicar a los jóvenes en una aventura de intriga, vale que quizá con algún sustillo y gotas de fantasía.

En La chica que oía canciones de Kurt Cobain y Todo aquello que nunca te dije la historia de amor envuelve y arropa la investigación de sendos crímenes, y son esos casos los que dan sentido a la narración. Es decir, sin el elemento de misterio no habría tenido lugar siquiera el conocimiento de los personajes y sus pesquisas son las que afianzan y nutren, desde un punto de vista narrativo, las relaciones entre ellos.

Pero Claro de Luna, Noctámbulo, Última parada: la casa de muñecas, Alicia y Despiértame para verte morir, siendo en su esencia y concepción novelas negras, de las de crimen e investigación de toda la vida, tampoco terminan de serlo a ojos puristas. Eso se debe a que la tan desagradecida tarea del criminal se muestra de un modo crudo y desnudo, algo pasado de rosca, quizá, y en ocasiones resulta más 'oscuro' de lo que sería costumbre en el policíaco de manual. Así visto, sin duda determinados pasajes podrían causar miedo al lector, pero no dejan de ser pequeñas piezas que forman parte de un puzle mayor con muchos más elementos cercanos a la novela criminal.

De modo que ni terror ni noir, sino flotando en la bruma que une y separa a ambos. Ese terreno que a veces llamamos thriller y que según el redactor que busque información sobre mi estilo, se acerca más hacia un lado o hacia el otro.

¿Y qué opino yo? Yo no creo que mis novelas den miedo, no me considero un autor de terror ni tengo los recursos para transmitir esa sensación como sí tienen otros compañeros que saben hacerlo. Y creo que para escribir una buena novela negra hay que haber vivido más y conocer mucho más, además de escribir de un modo lúcido muy particular, y que yo todavía estoy en el proceso.

Así que póngame usted la etiqueta que mejor le encaje o no me ponga ninguna. Sin ella no saldré en artículos ni en estadísticas, pero al menos no olvide que estoy por aquí y que puede disfrutar de mi lectura, si fuese el caso, igualmente.

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